wtorek, 13 kwietnia 2010

Vinos


Clasificación
Vinos de Pago

Es una de las novedades de la Ley de la Viña y el Vino. Es la categoría superior que puede alcanzar un vino y en ella se incluyen los caldos de reconocido prestigio y características climáticas y edafológicas distintivas de un “paraje” o “sitio rural” determinado. Su producción y comercialización vinícola seguirá un sistema integral de calidad que cumplirá, como mínimo, los requisitos aplicados a las Denominaciones de Origen Calificadas, y habrá de ser elaborado y embotellado en la bodega del pago o en el término municipal en que éste se encuentre.

Vinos con Denominación de Origen Calificada (DOCa)

Esta categoría está reservada a aquel vino que haya alcanzado altas cotas de calidad durante un dilatado periodo de tiempo. La primera denominación en conseguirlo fue Rioja, en abril de 1991.

Entre los requisitos necesarios para alcanzar este status se incluyen: que hayan pasado al menos10 años desde el reconocimiento como DO, que todos los productos amparados se comercialicen embotellados desde bodegas situadas en la zona de producción o que sigan un adecuado sistema cualitativo desde su organismo de control.

Vinos con Denominación de Origen (DO)

Los vinos con DO son vinos españoles de prestigio que proceden de un área de producción delimitada y son elaborados en función de unos parámetros de calidad y tipicidad, estando reglamentada cada DO por un Consejo Regulador que se encarga de velar por aspectos tan importantes como las variedades de uvas autorizadas, los rendimientos por hectáreas, las formas de elaboración o los tiempos de crianza. Para que un vino pueda ser amparado por la Denominación de Origen, la zona de producción deberá haber sido reconocida previamente, al menos con una antelación de 5 años, para la elaboración de vinos de calidad con indicación geográfica.

Vinos de Calidad con Indicación Geográfica

Es una calificación surgida igualmente a partir de la Ley de la Viña y el Vino. Son vinos elaborados en una región determinada, con uvas procedentes de la misma y cuya calidad, reputación o características se deben al “medio geográfico, al factor humano o a ambos, en lo que se refiere a la producción de la uva, a la elaboración del vino o a su envejecimiento. Se identificarán mediante la mención Vino de calidad de..., seguida del nombre del lugar donde se produzcan”

Historia de vinicultura
No existe una clara unanimidad sobre el lugar en el que comenzaron a realizarse los primeros cultivos de vid en España y quienes fueron los que introdujeron las técnicas de elaboración del vino. Diversas fuentes apuntan que los primeros viñedos se habrían asentado en el litoral sudoccidental andaluz constituyendo el punto de entrada y el lugar de las viñas más antiguas de España.


Esta teoría parece ser la más probable, y está avalada por la presencia de los fenicios en la península hace alrededor de 3.000 años. Este pueblo comerciante fundó un puerto en el sudoeste al que llamaron Gadir (Cádiz, en la actualidad). Después se trasladó tierra adentro, creando otra ciudad llamada Xera (ahora Jere en cuyas montañas circundantes plantaron vides. El clima cálido de la zona favoreció la naturaleza fuerte y dulce de los vinos, lo que les permitía soportar muy bien los viajes. Este hecho, unido al espíritu comerciante de los fenicios, supuso que ya en el comienzo de la era cristiana, los vinos españoles se convirtieran en una de las mercancías más comunes en los intercambios comerciales del Mediterráneo y norte de África.

Serían los romanos los que continuarían la producción de vinos en la península, para lo que incorporaron sus métodos particulares de elaboración. Entre ellos destaca la crianza en ánforas de barro situadas en estancias altas y soleadas, y cerca de chimeneas. Al parecer, los caldos obtenían así texturas, sabores y fragancias de frutas y flores e, incluso, ahumados muy apreciados. La necesidad de abastecer al vasto imperio y sus legiones contribuyó a intensificar el ya notable tráfico comercial que habían alcanzado los vinos españoles.

El declive del Imperio Romano y la posterior invasión bárbara supuso un freno en el desarrollo de la viticultura en España. Las primeras hordas germánicas destruyeron muchas plantaciones de vid. Posteriormente, la llegada de los visigodos a la península contrarrestó la acción de los bárbaros. Mucho más civilizados que sus predecesores por el contacto con los romanos en las provincias limítrofes del Imperio, concedieron una gran importancia a la viticultura.

La llegada de los árabes en el siglo VIII también se tradujo en algunas dificultades para el desarrollo de la vid y la elaboración del vino debido a la prohibición coránica de consumir bebidas fermentadas y alcohólicas. Pese a ello, el cultivo de la vid continuó e, incluso, se mejoró durante el periodo de dominación musulmana. La primera causa se encuentra en la propia uva como fruta y su zumo: no había motivos para prohibir su consumo ni tampoco el del mosto sin fermentar. Por lo tanto, no se podía impedir su cultivo, al menos para los no musulmanes. La segunda causa es la conocida permisividad de algunas dinastías más liberales hacia los cristianos dominados, a los que permitieron continuar con el cultivo de sus viñedos y la elaboración del vino, sobre todo en los monasterios.

No existe una clara unanimidad sobre el lugar en el que comenzaron a realizarse los primeros cultivos de vid en España y quienes fueron los que introdujeron las técnicas de elaboración del vino. Diversas fuentes apuntan que los primeros viñedos se habrían asentado en el litoral sudoccidental andaluz constituyendo el punto de entrada y el lugar de las viñas más antiguas de España.

Esta teoría parece ser la más probable, y está avalada por la presencia de los fenicios en la península hace alrededor de 3.000 años. Este pueblo comerciante fundó un puerto en el sudoeste al que llamaron Gadir (Cádiz, en la actualidad). Después se trasladó tierra adentro, creando otra ciudad llamada Xera (ahora Jere en cuyas montañas circundantes plantaron vides. El clima cálido de la zona favoreció la naturaleza fuerte y dulce de los vinos, lo que les permitía soportar muy bien los viajes. Este hecho, unido al espíritu comerciante de los fenicios, supuso que ya en el comienzo de la era cristiana, los vinos españoles se convirtieran en una de las mercancías más comunes en los intercambios comerciales del Mediterráneo y norte de África.

Serían los romanos los que continuarían la producción de vinos en la península, para lo que incorporaron sus métodos particulares de elaboración. Entre ellos destaca la crianza en ánforas de barro situadas en estancias altas y soleadas, y cerca de chimeneas. Al parecer, los caldos obtenían así texturas, sabores y fragancias de frutas y flores e, incluso, ahumados muy apreciados. La necesidad de abastecer al vasto imperio y sus legiones contribuyó a intensificar el ya notable tráfico comercial que habían alcanzado los vinos españoles.

El declive del Imperio Romano y la posterior invasión bárbara supuso un freno en el desarrollo de la viticultura en España. Las primeras hordas germánicas destruyeron muchas plantaciones de vid. Posteriormente, la llegada de los visigodos a la península contrarrestó la acción de los bárbaros. Mucho más civilizados que sus predecesores por el contacto con los romanos en las provincias limítrofes del Imperio, concedieron una gran importancia a la viticultura.

La llegada de los árabes en el siglo VIII también se tradujo en algunas dificultades para el desarrollo de la vid y la elaboración del vino debido a la prohibición coránica de consumir bebidas fermentadas y alcohólicas. Pese a ello, el cultivo de la vid continuó e, incluso, se mejoró durante el periodo de dominación musulmana. La primera causa se encuentra en la propia uva como fruta y su zumo: no había motivos para prohibir su consumo ni tampoco el del mosto sin fermentar. Por lo tanto, no se podía impedir su cultivo, al menos para los no musulmanes. La segunda causa es la conocida permisividad de algunas dinastías más liberales hacia los cristianos dominados, a los que permitieron continuar con el cultivo de sus viñedos y la elaboración del vino, sobre todo en los monasterios.

Sin embargo, no sería hasta después de la Reconquista por parte de los Reyes Católicos cuando se produciría el despegue definitivo de la vinicultura. Las comunidades religiosas y los monasterios que se fueron restableciendo jugaron un importante papel ya que serían los monjes y frailes los que más se afanaron en recuperar la tradición vinícola. El vino era un elemento imprescindible para sus ritos religiosos, aunque no se conformaron con el necesario para su culto, sino que se encargaron también de abastecer sus bodegas para alegría de los lugareños y peregrinos. De este modo, las viñas comenzaron de nuevo a florecer alrededor de los monasterios y abadías para extenderse posteriormente a otros terrenos.

A lo largo de los siglos siguientes el vino se convirtió en un alimento esencial en la dieta de la época, a lo que se unió la posibilidad de comercializarlo en lugares distintos a los de su producción. Este desarrollo de los flujos comerciales potenció el nacimiento de las distintas regiones vinícolas y se produjo así un considerable trasiego de municipios y regiones que se turnaron en el abastecimiento de vino a la Corte.

El siglo XIX es crucial en la industria vinícola española. Aunque tímidamente, comienzan a implantarse algunas reformas que tienen como objetivo la mejora de la calidad del vino y se implantan nuevas técnicas industriales de elaboración del vino que sustituyen a las tradicionales artesanales. Por otro lado, la desgraciada llegada de la filoxera al norte de Europa, que devastó progresivamente los viñedos a mediados de siglo, contribuyó a consolidar la vinicultura en España. Muchos vinateros franceses se establecieron al otro lado de los Pirineos como única forma para continuar con su medio de vida y trajeron consigo sus variedades de uva, maquinaria y métodos, entre los que destacaban la disposición de las cepas, el control de la fermentación o el sulfitado. Algunas de las plantaciones de Cabernet-Sauvignon y Merlot existentes en la actualidad en La Rioja y Ribera del Duero proceden de este tiempo.

Sin embargo, a finales del siglo la plaga terminó afectando a la península. Afortunadamente, en aquel momento ya se conocía la solución para acabar con ella: injertar sobre patrón americano, inmune a la plaga, con lo que la recuperación de las viñas y su producción resultó menos traumática que otros países europeos.

Ya en el siglo XX, la industria vinícola tuvo que enfrentarse a dos nuevos desastres. La Guerra Civil condenó a la viña al abandono y cuando el enfrentamiento acabó, la II Guerra Mundial supuso la paralización del mercado europeo del vino. Ambos sucesos supusieron un nuevo y duro golpe para el sector, que sólo a partir de los años cincuenta empezó a recuperar la normalidad. Desde entonces, las reestructuraciones de viñedos y la renovación y modernización de los procedimientos de elaboración y bodegas han caracterizado la actuación de los viticultores y vinicultores españoles, hasta situar a los vinos de España en igualdad de condiciones competitivas que los foráneos, tanto en el mercado nacional como mundial.

La transformación de la imagen y calidad de los vinos españoles durante el último cuarto del siglo XX ha sido notable. Un grupo de esforzados pioneros empezaron a introducir y aplicar las nuevas tecnologías vinícolas acordes con la modernización mundial del sector.

Especialmente en los últimos años, una nueva generación de maestros vinícolas ha sabido unir tradición y calidad con innovación dando lugar a caldos únicos de calidad inigualable que están conquistando el mercado mundial.



Cómo interpreter una etiqueta

LA ETIQUETA
La etiqueta es el carnet de identidad del vino en la que se detallan sus características personales y los aspectos de índole legal que la afectan. Es también su tarjeta de presentación, hasta el punto de que un diseño armónico, correcto y bien acabado puede llegar a vender más botellas que el propio vino que representa.

La etiqueta refleja la marca distintiva del vino (los españoles demuestran preferencia por los títulos de nobleza, como los franceses lo hacen por los "chateaux"), el registro embotellador, grado alcohólico, volumen contenido, identificación y localización de la bodega, denominación de origen y los registros de sanidad y de exportación, estando expresamente prohibido el que la etiqueta incluya cualquier dato que induzca a equivocación.

EL AÑO DE COSECHA
Indica el año en que se efectuó la vendimia. La razón fundamental de su presencia es asegurar que ese vino es diferente a otros en función de las circunstancias climatológicas que sufrió el viñedo.

Aunque en España ya es corriente que esté reseñada la fecha en la etiqueta, y a pesar de que en un gran número de casos debe cuestionarse la veracidad de la añada declarada, en Rioja y otras denominaciones de origen es fiable, ya que desde 1980 se realizan con rigor controles exhaustivos. Prácticas de mezcla de vino de diferentes cosechas, unidas al hecho de una climatología relativamente homogénea en años consecutivos en nuestro país, contribuyen a que no puedan apreciarse enormes diferencias entre las cosechas de distintos años.

LA SOLERA
La "solera" se obtiene mediante mezclas de cosechas como práctica legal. Generalmente, en las botellas donde aparece la palabra solera no se indica ninguna fecha, pero sí aparece impreso un año viejísimo acompañando al vocablo "solera". Quiere decir que en esa fecha se introdujo por primera vez vino en la barrica donde se crió, reponiéndose a medida que se iba extrayendo; por lo tanto es un vino de mezcla.

LA CONTRAETIQUETA
La contraetiqueta es el sello oficial del Consejo de la Denominación de Origen respectivo y su garantía de origen.

La contraetiqueta informa además del envejecimiento que ha experimentado el vino con las palabras Crianza, Reserva y Gran Reserva.

Desde 1980 es obligatorio que en los vinos de añada aparezca la fecha de cosecha, pero si el vino no es de crianza, puede figurar la frase "garantía de origen" para señalar su procedencia dejando con ello constancia de que no ha sido sometido a proceso de envejecimiento en barricas.

Las siglas CVC, hoy en regresión, significan "Conjunto de Varias Cosechas", es decir, que el vino es el resultado de la mezcla de diferentes añadas. Los vinos CVC suelen ser populares y no guardan relación con los vinos generosos envejecidos por el sistema de soleras.

TIPOS DE BOTELLAS
Actualmente en España se utilizan tres tipos de botellas que Francia adoptó para distinguir unas zonas vinícolas de otras. El modelo más extendido es el de la botella bordelesa, cilíndrica y alta, en sus dos variantes: la corta y la larga, que con sus tres centímetros más es la auténtica botella de Burdeos. El segundo tipo es la botella de Borgoña, la más antigua, ancha y corta, y el tercero es el envase del Rhin (su origen es alsaciano-germánico de las zonas ribereñas del Rhin), más delgado y alto, que se utiliza generalmente para los blancos y rosados.

LA CÁPSULA
La cápsula es la envoltura que cubre el gollete de la botella y tiene la misión fundamental de garantizar que el vino no ha sido descorchado con anterioridad. El plomo es el material más clásico (antes lo fue el lacre), aunque últimamente tiende a ser sustituido por materiales más inocuos como el estaño o el plástico, para evitar su posible toxicidad.

EL TAPÓN
El tapón del vino es de corcho, que es el material más noble, resistente y elástico encontrado hasta la fecha. Su longitud puede variar, desde los 44 milímetros hasta los 50 del corcho bordelés. El olor a corcho que encontramos en ocasiones en los vinos no está motivado por la naturaleza del propio corcho, sino por los mohos y bacterias que se depositan en él. Por otra parte, los diferentes grados de porosidad del material pueden propiciar la entrada de oxígeno en la botella y, por consiguiente, que el vino se deteriore, aunque esto no ocurre a menudo.

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